domingo, 7 de octubre de 2012

El día que un árabe me hizo llorar



El primer fin semana en Egipto me fui a Alejandría, a conocer su famosa biblioteca, a ver el mediterráneo africano, a conocer la ciudad que inmortalizó Cleopatra cuando enamoró a Julio César y después a Marco Antonio.

Tomé el tren después del mediodía y llegué justo antes de atardecer. Estaba sola, pero la gente que había conocido en el Cairo me había puesto en contacto con un chico para que me mostrara la ciudad a través de los ojos de un Alejandrino. Nos encontramos con Amr cerca de las 9:00, en un café cercano al mar, sobre la plaza principal. Charlamos durante horas de nuestros viajes, nuestros sueños, de la primavera árabe, de la sociedad egipcia. También le pregunté, como lo hago con cada egipcio que conozco, por el hijab (el velo islámico que usan las mujeres). Se ha convertido casi en una obsesión para mí, fuente de una curiosidad insaciable.

Hicimos planes para el día siguiente, para ir a la costa junto a un amigo que tiene una casa en la playa. Cuando terminamos de conversar, le propuse salir a dar una caminata a lo largo de la rambla, que estaba repleta de cafés y restaurantes desde los cuales hombres, mujeres y familias miraban la gente pasar mientras fumaban el shisha

Amr aceptó mi sugerencia, pero una vez que salimos a la calle empezó a caminar muy rápido y delante mío. Aceleré mi paso, intenté hacer de cuenta de que no pasaba nada, y seguí contándole las peripecias de mi primer semana en el Cairo. Era la única turista en la calle, y la única mujer que no llevaba velo. Amr seguía caminando rápido, yo intentando alcanzarlo con mis piernas cortas entre la cantidad de gente en la rambla, y él cada tanto se volteaba, pero era claro que no estaba siguiendo la conversación. Pocos minutos después, se detiene y me dice: 

-"Lo siento, pero no me siento cómodo caminando acá, prefiero que nos vayamos".

-"Bueno, está bien. ¿Pero qué pasa?", le pregunté.

-"No me gusta ser observado como una estrella de hollywood". 


Bajé la cabeza y crucé detrás de Amr, que ya había empezado a atravesar de la avenida. No pude evitar que me empezaran a correr lágrimas. Cuando llegamos a la esquina, se da vuelta y al verme, me pregunta: 

-"¿Por qué lloras, qué pasó?

-"¿A vos no te darían ganas de llorar si alguien te dice que se avergüenza de un hecho tan simple como caminar al lado tuyo por la calle?", le dije. 

Abrió los ojos, desconcertado, me dió la mano y me llevó a una calle lateral que hace esquina con la avenida. No podía creer que había hecho llorar a una mujer. Se sentía avergonzado, me pedía disculpas una y otra vez, mientras yo intentaba explicarle que no era tristeza ni enojo, sino una emoción muy fuerte lo que sentía, una emoción difícil de explicar. Yo había pasado ya una semana en el Cairo y me había habituado a las miradas, a los constantes "psss" con los que buscan llamar la atención, a caminar mirando sólo hacia adelante y a no reparar demasiado en lo que pasa a mi alrededor. Se lo expliqué a Amr, intentando convencerlo de no hacer caso de las miradas, pero él me respondió:

-"Claro, vos podés porque no entendés lo que dice la gente", me respondió.

-¡¿Qué?! ¿Qué dicen de mí?", dije sin poder evitar un estallido de llanto. Tuve la impresión de que, por no llevar velo, o caminar con mangas cortas y jeans por la calle podría ser señalada como una "indecente". Pero nada de eso.

-"No, no. es de mí que dicen cosas en realidad", dijo. Me explicó que muchos jóvenes árabes vuelven de viajes en el Caribe o la Polinesia con mujeres occidentales, a las que casan por el dinero; y como la amistad entre el hombre y la mujer es raramente expresada en público, vernos caminando en la calle generaba esta serie de prejuicios."¿Te das cuenta?, no es por vos", repitió.

-"Lo que me aflije es hacer sentir incómoda a una persona por el hecho de caminar conmigo en su propia ciudad", le respondí.

Probablemente no era tanta la gente que nos estaba mirando, después de todo. Pero para Amr se hizo insoportable. Y eso para mí significó un mundo. Significó sentirme diferente, sentirme imposibilitada, sentir como una barrera de cemento la imposibilidad de encajar en la sociedad. Sentir, sobretodo, lo que muchas mujeres sienten en nuestras sociedades occidentales.

Quizá esa sensibilidad excesiva se había agudizado por la búsqueda que significó para mí este viaje, por la curiosidad que me había llevado a acercarme a la cultura árabe y a una religión tan estigmatizada en el mundo occidental. Y esto vino a representar un baldazo de agua fría. Quizá, lo que sin saber estaba esperando cuando me propuse este año aprender a ponerme en los pies del "otro".

Hoy con Amr somos grandes amigos. La experiencia probablemente nos acercó mucho.

3 comentarios:

Bárbara dijo...

Qué interesante Valen. Por un lado me hace gracia tu manera cómo describes tu manera de caminar por El Cairo, se asemeja a los consejos que te dí aquel día que hablamos por Skype cuando temías todo el tema de ser mujer en un país del norte de África. En realidad no creo que fueras siguiendo mis consejos, sólo un 'instinto de supervivencia' que surge automáticamente.

Por el chico, supongo que depende mucho de la familia de la que venga y de su entorno. Sobre todo entre las madres no está bien visto eso de que los hombres tengan relaciones con occidentales, en muchas ocasiones.

Por ejemplo, en el piso en el que yo vivía, podía venir cualquier, menos HOMBRES MUSULMANES, la mujer que ayudaba a la regencia la casa fue la que nos lo prohibió. Pero tienes suerte de donde has nacido como mujer, la verdad.

Por otro lado, parece, según lo que cuentas, que Egipto es más conservador que Marruecos. Allí, tb en ocasiones se ve mujeres con velo y creo que el debate no es tanto el velo islámico, precisamente, como lo es la sumisión cultural hacia el género masculino.

Valentina Primo dijo...

Querida amiga, gracias por tu comentario. Claro que iba siguiendo tus consejos, me acordé de vos mucho más de lo que creés! También noté esas diferencias entre las familias en el Cairo, sobretodo en cuanto a la amistad entre el hombre y la mujer; algunos de mis amigos me saludaban con beso en el cachete con naturalidad, mientras que otros ni siquiera un apretón de manos!

En mi departamento tuve la misma experiencia que vos, no me dejaban entrar con ningún hombre, especialmente con un egipcio (eso es lo estoy preparando para mi próximo post, lo increíble que me pareció una concepción tan diferente de la esfera privada, ya que el portero decide básicamente quién pertenece a tu mundo y quién no. Con respecto al velo, hay de todo en Egipto(dicen de hecho que no hay UNA sóla sociedad egipcia sino que hay diferentes sociedades en el mismo país, con concepciones radicalmente diferentes), pero caminando por la calle se ve MUY RARAMENTE una mujer que no lo lleve.

Gracias por comentar, un beso grande!!!

Bárbara dijo...

Nada de gracias por comentar. Me ENCANTA leer los puntos de vista de personas, sobre todo mujeres, que han vivido en países árabes. Es una cultura apasionante y tan distinta pese a estar tan cerca.

Parece que en Marruecos, aunque la mayoría lleva velo, depende bastante de la ciudad a los pueblos también yen las ciudades se ve bastante menos

Sobre lo del portero. Opino lo mismo que tú. Yo noté muchas veces que quien dirige la vida es la sociedad. Como si la sociedad fuese el mismo 'Allah', más que 'Allah' en sí.

LinkWithin

Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...

Viajantes del mundo