miércoles, 5 de noviembre de 2008

Patagonia, refugio natural

Tras 1.450 kilómetros de recorrido por la estepa patagónica, una suerte de desierto en el que sólo se vislumbra el lejano horizonte, se abre paso la Península de Valdés, que probablemente sea el accidente geográfico más llamativo en Argentina -debido a aquella extraña forma que asemeja el “bracito” de la República-.

Si se observa con atención, es posible distinguir en el camino algunas especies de la fauna autóctona que se confunden con el paisaje, como la martineta -también llamada copetona-, una elegante perdiz de cuerpo marrón y gracioso caminar. También se pueden apreciar ñandúes y guanacos, hermosos camélidos de pelaje rojizo, célebres por su curiosa costumbre de escupir.

Refugio de mar
Finalmente llegamos a Puerto Madryn, una ciudad que extiende sus brazos sobre el golfo Nuevo, al sur de la Península. Allí, la tranquilidad de sus aguas ofrece un refugio para la ballena Franca Austral durante el alumbramiento y crianza de sus ballenatos -de mayo a diciembre-, además de una oportunidad de regocijo para el público ansioso por verlas desfilar por el mar. Por la noche, es posible escuchar su canto, tan extraordinario como las intensas estrellas que enmarcan este espectáculo.

Si bien hay empresas que ofrecen expediciones de avistaje desde embarcaciones, esta ballena es tan amigable y curiosa que puede brindar un imponente despliegue en el lugar menos esperado y de forma gratuita. Por ejemplo, desde el Muelle de la ciudad -a donde se acercan por inquietud- o desde “El doradillo” -una playa ubicada a 15 kilómetros del centro- que, por la fisonomía de sus costas, permite apreciar su cola brillante y sus saltos a muy pocos metros.

Al otro lado de la península se encuentra el Golfo San José, cuyas costas poseen playas para el deleite, rodeadas por gigantescos acantilados y bañadas por aguas cristalinas. Allí se ubica también la isla de los pájaros, que en sus 2,2 hectáreas alberga una gran diversidad de aves. Pero si se sigue recorriendo hasta llegar a la Península de Valdés se arriba a una de las mayores reservas de fauna marina del mundo, en la que se pueden apreciar -entre otras maravillas- la sofisticada técnica de ataque de las orcas sobre los lobos marinos y las peleas y nacimientos de los elefantes marinos del sur, en la única reserva de esta especie en territorio continental.

Aquellos locos bajitos
Hacia el sur, atravesando Rawson en el camino, se encuentra Punta Tombo, un área natural protegida que eligen los pingüinos de Magallanes a fines de agosto para tener su cría. Recorrer el extenso sendero, rodeado de los nidos en los que estos animalitos incuban a sus pichones, es asombroso. Y más aún tras comprender sus métodos: el macho es quien primero llega al nido, para acondicionarlo hasta la llegada de la hembra. Luego, toman turnos con su pareja para alimentarse en el mar, para lo cual deben recorrer, a veces, varios kilómetros. Al regresar, cada pingüino busca a su hembra, reconociéndola a través de su graznido. Su fidelidad es tal, que si un macho se interna en un nido ajeno, aparecerá el dueño para disputárselo, en un duelo que nada tiene que envidiarle a los humanos. Y presenciarlo es una fortuna que pocos tienen, pero que asombra al espíritu más avezado.

Rastros de historia

Sin embargo, la extraordinaria fauna autóctona, sus fuertes vientos, sus hermosas playas e imponentes acantilados no agotan la riqueza de Puerto Madryn. La historia dejó sus marcas en la idiosincrasia de este pueblo cuyos orígenes se remontan a 1536, cuando nacionalistas galeses inician su éxodo, luego de que Gran Bretaña anexara sus tierras. Así, disconformes con la dominación británica, comienzan a buscar un territorio alejado en donde poder desarrollar su cultura. En 1860 conforman una Sociedad de Emigración que, maravillada por los relatos de Fitz Roy, envía a Lewis Jones y a Sir. Love Jones Parry, barón de Madryn, a inspeccionar la patagonia. Los primeros colonos, que arribaron al golfo en la célebre embarcación “Mimosa”, intentaron establecerse allí, pero debido a la aridez de su suelo debieron trasladarse a las costas del río Chubut, fundando las ciudades de Rawson, Trelew (“pueblo de Lewis”, en galés), y Gaiman. La historia relata que el encuentro con los tehuelches que habitaban el territorio fue amistoso y pacífico, basado en el intercambio respetuoso de culturas, habilidades y productos. En rigor, fueron los caciques patagónicos quienes enseñaron a los colonos a sobrevivir en una región desconocida.

Milenios más allá de la reciente inmigración galesa, la estepa patagónica revela su pasado sub-oceánico en los restos fósiles desperdigados por sus tierras: dientes de tiburones y huesos de mamíferos fosilizados son sólo muestras de aquellos vestigios milenarios. Además, la riqueza arqueológica y paleontológica se extiende al testimonio de presencia humana que data de unos 3.200 años, perteneciente a cazadores-recolectores emparentados con los Tehuelches.
Esta riqueza hace de Puerto Madryn, más que una ciudad, un refugio de serenidad y un destino ideal para amantes de la naturaleza y la aventura.

Por Valentina Primo










































3 comentarios:

Giovanino dijo...

EXCELENTE PAGINA. FELICITACIONES

Valentina Primo dijo...

Gracias!

Sandra dijo...

Hola Valentina!
lindo relato, no tenés fotos de Gaiman? (colonia galesa) donde seguramente tomaste el té gales con una gran variedad de exquisitas tortas o de Puerto Piramides? desde donde suelen verse las ballenas? en qué época estuviste?

saluditossssssss

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