miércoles, 25 de julio de 2012

Barada (y desesperada) en Londres


Londres puede ser cool, extravagante, fascinante y encantadora. Una ciudad en donde, a falta de sol, borbotan los colores en sus calles, sus autobuses rojos y sus miles de flores en cada poste y en cada esquina. Pero también puede ser ruda. Una ciudad empecinada en convencernos de que vivimos en la más absoluta y amarga soledad.


He aquí entonces mi peor anécdota de viaje. La más pesada, la más odiosa y la más amarga. El viaje ya había empezado mal; porque al momento de hacer las reservas me equivoqué, y reservé la misma noche en dos hoteles diferentes, en dos CIUDADES diferentes: Londres y Frankfurt.

Aquella mañana me desperté fresca, tenía que tomar el avión desde Londres hasta Frankfurt, y salí TARDE y plácidamente decidiendo caminar para tomar el bus hasta el aeropuerto. Llegué con el tiempo justo, sin calcular que el registro de equipaje podría tardar un poco más de lo previsto, dado que traía una valija MAS GRANDE de lo permitido, y con 5 KILOS de sobrepeso! Logró pasar en Roma, lo logró en Paris, pero obviamente no iba a pasar en Londres. La mujer que me la agarró fue TAN maleducada que, después de pesarla y ponerle una gran etiqueta naranja que decía HEAVY-HEAVY-HEAVY (la guardé para el recuerdo), lo único que atinó a decirme, con un acento británico fingido, fue "Espero que tengas dinero suficiente". Bueno, ya iba a tener que pagar unas cuantas libras de más... pero ahí no termina la historia! Cuando paso por segunda vez el control, viene un típico gordito ingles de cachetes colorados y extremadamente educado, que me dice "Disculpe ‘miss’, ¿podría decirnos qué trae en su valija? Porque estamos viendo algunas cosas que no nos gustan". OK. Le explico que tenía cables por mi secador de pelo, cargador de pilas, cable para la cámara de fotos, cargador de celular, etc. etc... y me dice "no, algo como una manzana". ¿Manzana? No, para nada. A todo esto, sólo faltaban 20 minutos para que partiera el avión, así que le dije: "Revise tranquilo, lo único que me preocupa es que el avión parte en 20 minutos", y me dice "Sí, miss, pero según el scanner usted podría tener una bomba ahí". WHAAAAAAT???? Una bomba???


Después de revisar mi valija, al ritmo de mi cara que se ponía cada vez más roja a medida que sacaban mi ropa interior, y se dieron cuenta de que en realidad era mi perfume con forma de manzana. ¿Puede parecerse un perfume a una bomba??? Me pidieron disculpas y salí corriendo hasta el embarque. Después de correr, correr y correr por escaleras mecánicas interminables, llegué a la puerta de embarque y me encontré con la fila. "Buenísimo!", pensé, y me puse a hacer la cola, pancha y como si nada. Cuando llego a la puerta, me dice la mujer (alertada por la gran cinta anaranjada HEAVY-HEAVY-HEAVY): "Pero usted aun no pagó el sobrepeso", y le dije "pero no me dijeron dónde era, pensé que era acá!", y me indica que vaya al Gate 22, un poco más adelante. Tremenda rancia anciana era la que atendía ahí, porque no me quería aceptar Euros, y ya había cambiado todas las libras que tenia!!! Entonces, me dice "Puede ir al Free shop, comprar un agua, y le dan el vuelto en libras". Bueno, corro hasta el free shop que estaba pegado pegado, compro el agua, me dan el vuelto, vuelvo al escritorio, agitada, un poco transpirada, nerviosa, para que la rancia me diga, con toda la parsimonia y frialdad del mundo, como si fuera un detalle menor: "The Gate has closed". ¿¿¿Quéeeeeeee??? "Por favor, no hay nada que pueda hacer?", dije con mi mejor cara de joven desamparada. Probó a llamar, nuevamente tranquila y parsimoniosa, y me dijo que "no, I'm sorry", sin ni siquiera voltearse a mirarme a la cara. 

Después de ver que un nuevo vuelo me costaría 100 libras (imposible de pagar llegado este punto), me puse a ver autobuses para Frankfurt, para lo cual tendría también que volver a la ciudad... Una vez en la estación de buses, encuentro un pasaje 54 libras y decido tomarlo, pero OH!, no queda para esta noche sino para la siguiente. Aquí es donde (pensé) mi estupidez a la hora de hacer las reservas de hostels rendía sus frutos, ya que podría pasar esa noche en el hostel que ya había pagado. Pero, lógicamente para los londinenses e inexplicablemente para mi, en el hostel (después de llamar 3 veces), pretendían que pagara esa noche otra vez! Ya había pagado dos veces por una noche, y ahora TRES!!! Me sentí demasiado tonta para hacer una cosa semejante así que, siguiendo sugerencia de la vendedora de pasajes de colectivo, me fui a la estación como stand-by, en espera de alguna posible cancelación para tomarme el colectivo esa noche. Después de idas y vueltas a un internet café, contactando a una amiga francesa cuyo hermano vive en Londres, tomé unos minutos para sentarme en una plaza y respirar. Nunca me voy a olvidar de esa imagen: eran las seis de la tarde, cientos de personas salían a las corridas de Victoria Station, y yo, cruzando la calle, me sentí invisible. Vulnerable. La gente literalmente me estaba pasando por encima y no importaba si me pusiera a gritar. Nadie lo escucharía.

Entré a la estación de buses, y me pasé desde las 19.30 hasta las 20.30, sentada, rezando para que pudiera subirme esa noche. Y, por fin, esta vez, así fue.

Parece que las ciudades no sólo se revelan a través de sus ventanas. Su idiosincrasia también se puede leer en los carteles que recitan desde sus paredes, sus autobuses y sus vidrieras. Y fue precisamente dentro de uno de los buses ícono de Londres que pude interpretar muchas de las reacciones de su gente. En letras enormes, con un fondo blanco y decorado con un gran ojo, un cartel rezaba: “Si parece sospechoso, dilo a nuestro staff o la policía!”. Es quizá la imagen más elocuente de estos tiempos y de esta ciudad, de esa cultura de la sospecha que hace del miedo el instrumento más eficaz al servicio de la vigilancia y el control social. 


Y no es de sorprenderse en realidad, en una ciudad en la que un ciudadano es captado por una media de 300 cámaras de seguridad por día. Sí: por día. Probablemente ni George Orwell, cuando describió su Gran Hermano en "1984", ni Jeremy Bentham al proyectar su panóptico habrían imaginado asistir a una imagen semejante en la ciudad más cosmopolita y liberal de Europa.

Y allí estaba yo, cruzando el Canal de la Mancha entre la niebla negra de la madrugada, todavía con lágrimas en los ojos, reencontrando el calor humano en una charla con chocolate caliente desde la proa del ferry. Londres no logró convencerme: una vez más, la vida me demuestra que nunca estamos solos.

Al día siguiente, ya instalada en el hostel de Frankfurt, descubrí que me había salido mi primera cana. 

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