miércoles, 5 de diciembre de 2012

El Che, vivo en el mundo musulmán


Me pasó demasiadas veces en el viaje como para guardarlo en el cajón de las anécdotas. Y yo no creo en las casualidades.

Caminaba por Estambul una noche de regreso al hostel, y paré a probar uno de los tentadores Baklawa que vendía un viejito curioso entre la basílica de Santa Sofîa y la mezquita Azul, dos íconos que resumen a la perfección la simbología y el significado que dió la historia a Estambul. El hombre, no bien me preguntó de dónde era, dijo con un salto de exclamación: "Córdoba, la tierra natal del Che, Alta Gracia!". Cuál fue mi sorpresa escuchar a este hombre turco, que no hablaba una palabra de español, saber tantos datos sobre el Che Guevara. Cada vez que viajo, me encuentro una y otra vez con los mismos sinónimos de "Argentina": Maradona, Messi, o -en Italia- la top model Belén Rodríguez. Y Cameron -así se llamaba este señor de barba blanca y pocos dientes-, que continuaba hablando del Che ante mi boca abierta, sacó un encendedor rojo de su bolsillo con la figura del Che dibujada y me repetía "Hasta la victoria... siempre!" cada vez que pasaba por ahí, todos los días.

Pocas horas antes, al llegar al hostel y dejar mi valija, había notado algo particular en el chico que atendía: tenía un parecido increíble con el Che. Tenía las cejas tupidas, los ojos alargados escondiéndose por debajo de ellas, y hasta usaba la misma gorra retratada en aquella mítica foto. Así fue que al volver esa noche, quizá sugestionada por lo sucedido con el hombre de los Baklawa, hice un comentario acerca de su parecido con el Che. Con una sonrisa de feliz cumpleaños grande como una casa, me comentó que era un gran admirador del Che, que había estado en Argentina (hasta en Alta Gracia) y en toda Latinoamérica siguiendo su ruta. Varias veces. Se encargó también de aclararme que no es turco sino Kurdo, una nación sin estado desperdigada entre Turquía, Irak y Siria.

Días más tarde, paseando por El Cairo, despuntó su ícono rojo y negro entre  entre los libros que vendían en la plaza Tahrir; y de nuevo en Alejandría, sentada en la playa, veo pasar un mozo con una remera blanca que dibuja su figura en blanco y negro. "¡Mirá! -me dice Amr- Shi Yibbara", su nombre graciosamente alterado por las bellas consonantes árabes. Nos pasamos un rato riendo e intentando lograr la pronunciación. ¿Tiene que ver su filosofía socialista con la primavera árabe? Probablemente no, como lo afirma este interesante artículo de Fernando Casares. Pero es reconfortante pensar que, mientras en Latinoamérica parece sólo ocupar un lugar en el rincón donde reina la nostalgia, el Che Guevara cobra vida en otras latitudes, recorre las calles de Beirut y de El Cairo, habla árabe, e inspira a miles de jóvenes revolucionarios como símbolo de liberación, de resistencia, de independencia y de primavera revolucionaria.

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