Quinto día en El Cairo. Hoy encontré un departamento y, después del
shock, del miedo y de la incertidumbre, puedo decir que me quiero quedar por un tiempo, como lo había planeado. Empiezo a habituarme a ser la única mujer que camina por la calle sin
velo, a tomar el metro en un vagón separado de los hombres, a soportar el calor desértico bajo pantalones largos y chales en el hombro; empiezo a acostumbrarme a las moscas a la hora del almuerzo, a los restos de fruta y comida desperdigados por la calle, a las bocinas, a las miradas inquietantes, al olor ácido de los puestos de
falafel, a los escombros y la basura desparramados como vestigios de un terremoto. Empiezo, también, a abrir los ojos a las cosas bellas del Cairo, especialmente a su gente. Pero la llegada fue bastante dura. Me recuerda a las palabras de mi amigo trotamundos Nico, cuando volvió de la India: "Llegar fue como una bofetada. Es una realidad que tenés que ver, que oler, que sentir y que tocar; te ataca todos los sentidos".
La realidad del Cairo es violenta. No sólo por su ritmo estridente y caótico, no sólo por el impacto de su pobreza, sino sobretodo, porque la
primavera árabe no es cosa del pasado. La "revolución" (como la llaman loe egipcios) dejó sus marcas especialmente en los festejos de
Eid, la celebración religiosa más importante del mundo musulmán. Durante toda la semana, las calles del Cairo desbordaron de gente que llegó desde todos los rincones del país para festejar con música, bocinas y vuvuzuelas, el fin del ayuno. Por las calles, había tanta gente se hacía difícil caminar, y los negocios y puestos callejeros de comida, ropa y todo juguete posible a la imaginación mantenían su frenética actividad hasta las 3 de la madrugada.
Hace unos días caminábamos con un amigo por la ribera del
Nilo a la noche, y al llegar al puente nos sorprendió una masa de gente agrupada violentamente en la esquina. Eran todos hombres, que corrían para un lado, y después para el otro, como si estuvieran siguiendo el vaivén de alguien que está protagonizando una riña. Me pareció ver un chico con un arma, entonces me escondí en un ángulo del puente, mientras mi amigo me envolvía con un abrazo. Rápidamente se dispersaron todos, y nos fuimos corriendo por una calle perpendicular. Ahí fue cuando entendí que no puedo caminar sola de noche por la ciudad. No se trata de criminalidad; la religión tiene un peso cultural tan fuerte que prácticamente no hay asaltos o robos en la calle, pero el clima social aún está caldeado por la revolución.
Cuentan que en sus últimos días de mandato durante la revolución, el ex presidente
Mubarak abrió las cárceles y dejó salir a todos los presos, para deslegitimar la revolución y culpar a los manifestantes de los enfrentamientos. Desde entonces, la presencia de policías en las calles del centro es casi nula, y esto genera una sensación de impunidad en la gente, que transforma estaciones de colectivo en gigantes mercados a cielo abierto, y desafía a los gritos cualquier orden o reprimenda policial. Si bien hay un gobierno democráticamente electo, el sentimiento popular percibe la situación como una especie de anarquía aún irresuelta.
De todas maneras, la situación se apaciguó mucho con el fin de las fiestas. Empiezo a conocer también los barrios, su idiosincracia, la hospitalidad de su gente y el ritmo tranquilo y apacible con el que soportan este calor desértico, a pesar de la crisis hídrica y política. Como dice Andrew Humphreys de la
National Geographic, se hace palpable en la gente esa sensación de "estamos unidos en la lucha diaria".
5 comentarios:
Qué buen relato, Valentina. Transmitir todas esas sensaciones no es fácil, y vos tenés ese don. Felicitaciones. Que lo sigas disfrutando (pero no andes sola de noche).
Me ha sorprendido lo de que mujeres y hombres vayan en metros separados. En Marruecos no hay metro, pero en los taxis vamos todos apretujados. Como se hace en los taxis compartidos en Egipto? Si recuerdo que e Túnez, cuando yo estuve allí en 2005 sí que hombre y mujeres iban juntos en el metro. Ahora leo el resto.
Me encanta y me encantan las fotos, aunque tb te digo que leyendo esto me da gana de no ir a El Cairo. Se ve mucho más caótico que ninguna otra ciudad que conozco. :)
Muchísimas gracias, Marcos!
El tema de los taxis es definitivamente un tema aparte. Puede pasar que estés sentada tranquilamente y se te sube un desconocido que le pregunta al taxista dónde va, y hace un pedazo con vos. Imaginate la primera vez que me pasó, me quedé helada!!!
Sí, El Cairo es MUY caótico, pero definitivamente vale la pena! Es un lugar hermoso. Sólo lleva su tiempo acostumbrarse a las bocinas constantes (aún hoy las escucho cuando hablo por skype con mis amigos egipcios, a través de sus ventanas).
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