Mostrando entradas con la etiqueta Primavera Arabe. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Primavera Arabe. Mostrar todas las entradas

jueves, 11 de julio de 2013

Por qué festejan en las calles egipcias

*Artículo publicado en La Voz del Interior el 5/07/2013.

La atmósfera era tan pesada que rozaba el límite de lo insoportable. Mi breve recorrido hacia el trabajo el domingo se había tornado una travesía lenta e interminable entre bocinas estridentes y taxistas barados, enfurecidos por la falta de gasoil. Las calles hervían de ánimos caldeados y, para peor, los cortes diarios de luz dejaban a la ciudad sin electricidad o agua que pudiera apaciguar el tedioso calor desértico. Ni el cadencioso llamado a la plegaria de las mezquitas abstraía a su gente de la rabia generalizada. El gobierno de Mohamed Morsi parecía estar haciendo una broma de mal gusto, en el momento menos indicado.

Como barrida por una ráfaga de viento, la atmósfera cambió radicalmente tres días después. En vez de gritos, la gente intercambiaba banderas de auto en auto, y las ubicuas bocinas reemplazaron su melodía febril por un festivo concierto de aliento. La gente, de todas las religiones, clases sociales y lineamientos políticos marchaba festejando hacia la plaza Tahrir, mientras helicópteros militares desperdigaban banderas egipcias desde lo alto. 

Eran millones. Desde caminonetas, en sillas de rueda, de traje y corbata, y hasta uniformados de policía marchando por las arterias que se enlazan en Tahrir. Más arriba, los edificios de cemento amarronado se teñían con los colores de la bandera, y en el pintoresco barrio de Mohandisin, algunas mujeres inauguraban la revolución del sillón en la vereda. Tenían todos en la mano un mismo elemento: la tarjeta roja, símbolo de la protesta y eslogan de una demanda simple y contundente: Irhal (que en árabe significa  "vete").

¿Qué pasó en aquel interín de tres días? Primero, la protesta masiva del 30 de junio, gestada durante semanas por la iniciativa juvenil Tamarod. Esta iniciativa logró cristalizar en una petición el agobio de 22 millones de egipcios que sienten que su revolución les ha sido secuestrada. 22 millones de personas que no se sienten representadas por un presidente que se ocupa de prohibir el ballet (por resaltar as formas femeninas) mientras desatiende las demandas populares de justicia social, democratización, y tolerancia religiosa. "Este no es mi país; Egipto nunca fue un país islámico. Egipto era el país en el que todas las religiones coexistían sin diferencia, el país el Islam moderado", dice Louay Nasser, un jóven fotógrafo de El Cairo.

Luego llegó la intervención de las Fuerzas Armadas. Tamarod había dado al ex presidente Morsi un plazo de 48 horas para renunciar, o iniciaría una campaña de desobediencia civil. Un día más tarde, el general Abdel Fattah Al-Sisi emitió un ultimatum instando a Morsi a atender las demandas populares, y fue allí que las calles desbordaron en festejos. "¿Que si me preocupa un gobierno militar? Cuando la alternativa es un gobierno islamista radical, las preocupaciones son otras", dice la joven empresaria Karine Kamel, mientras marcha alegremente hacia la plaza.

"Nosotros, que siempre estuvimos gobernados por militares, incluso Gamal Abdel Nasser, pensamos que la democracia era suficiente, pero ahora vemos que no", dice otra joven manifestante.

Es diferente el aire que respira hoy El Cairo. La paz en las calles no está aún garantizada, ni tampoco la breve transición democrática que promete el ejército. Pero para la gente la victoria es otra, porque entienden aquello que tan claramente expresó el periodista egipcio Bassem Yussef: "la democracia no es ganar, sino ser escuchados".




jueves, 14 de marzo de 2013

Merodeos después de un día agitado

3:30 de la madrugada en El Cairo. Las calles alrededor de la plaza Tahrir sembradas de piedras y escombros. Algunos policías controlan los cruces principales, las calles desiertas. Otra vez, hubo manifestaciones y enfrentamientos con la policía. Los murales, desteñidos por la noche ténebre, esperan el alba para gritar su lamento cotidiano. La plaza está cerrada por un cordón de piedras, y entonces nos pegamos la vuelta. 

Cruzando el puente, el Nilo refleja con celo los destellos de los grandes edificios vidriados. Qué hermosa sería esta ciudad, si las cosas fueran distintas.




miércoles, 20 de febrero de 2013

Y ahora qué? 5 días en El Cairo



Día 1: Me despierto a la madrugada con el Edén (la llamada a la plegaria), que en esta zona de la ciudad no es tan sugestivo como en otras zonas de El Cairo. Se parece más bien a un grito desentonado de angustia, una especie de eco convaleciente que replica el lamento de una nación que no se deja sojuzgar. Me levanto tarde, con fuerte dolor de cabeza y aturdida. Me hago una y otra vez la misma pregunta, pregunta que no me hice durante todos aquellos meses en los que preparé este viaje pero que se despertó pocos minutos antes de subir al avión: ¿Qué estoy haciendo con mi vida? He dejado atrás casa, trabajo, una familia de amigos de oro, y una ciudad que me adoptó como a una hija. Todo para empezar de nuevo. Es una sensación de inmensa libertad, pero también un precipicio que da miedo.

Voy a la cocina y la mamá de Nesma, que prepara el almuerzo vestida con su largo camisón, me dice con toda la naturalidad del mundo: “llamame Moma”. Y ya está. Es suficiente para hacerme sentir en casa y empezar el día con una sonrisa. Es una ternura de mujer, de sonrisa enorme y casi tan bajita como yo, que intercambia su inglés desgastado con mi árabe incipiente, y no paramos de reír. Tiene una carcajada muy contagiosa, y yo no paro de abrazarla.


Día 2: Ayer empecé a buscar departamento con la ayuda de Nesma, que me acompaña desde 6 de Octubre (una ciudad anexa a la capital) hasta El Cairo para hablar con los propietarios. No me dejan sola en su casa, si no es Nesma me acompaña siempre su hermano, lo cual es un poco extraño para una persona que está acostumbrada a moverse independientemente por donde sea. Pero volver a El Cairo después de cinco meses fue de nuevo un shock y, en principio, la compañía reconforta. No es que aquí la mujer esté en una condición inferior, sino que la familia –así como el hombre- la cuida y la protege en su fragilidad y delicadeza (hay una especie de desconfianza en el género masculino en general, como si fuera un peligro para una mujer joven soltera, pero no me quiero adelantar a sacar conclusiones todavía).

Mientras viajamos con Nesma en el microbús hacia el Cairo, a través de una larga autopista rodeada por momentos de meseta y por momentos de palmeras, una imagen me sorprende y para mi pulso por un instante. Hacia la derecha, del otro lado de la ventanilla, se extiende un campo verde, un campo muy diferente del campo argentino, de pastizales altos y frondosos escindidos por zanjas punzantes, en los que resalta cada tanto el turbante colorido de alguna campesina que recoge los cultivos a mano.  Por detrás, a lo lejos, delineadas por un halo brillante de polvo desértico, estóicas, imponentes; las pirámides. Con la boca literalmente abierta, empiezo a señalarlas casi con susto a Nesma, mientras un hombre de galabiya y turbante blanco sentado junto a la ventana, me mira riendo. Son esas imágenes de las que uno no se olvida.

Día 3: Sigo buscando departamento, y decidimos encontrarnos en un café con un conocido alemán y una italiana que viajó conmigo en el avión para unir esfuerzos y encontrar casa juntos. Nesma, con sus dotes impecables de negociante árabe, nos ayuda a hablar con los propietarios, ya que a los extranjeros nos cobran más por los departamentos. También nos ayuda a negociar que el departamento sea mixto, ya que en un país musulmán como Egipto, no se concibe –ni se permite- que una mujer soltera viva con hombres excepto su marido, y viceversa.

Mientras estamos sentados en el café, distraídos con nuestros celulares y la computadora, desaparece de repente mi cartera, con todo dentro. Si mi vida entera está dentro de mi valija, pues bien, mi entero patrimonio estaba en esa cartera: pasaportes, documentos, tarjetas, y demás papeles que mi corta inteligencia me impidió guardar en otro lado. Por alguna razón, no entré en pánico (quizá porque era un lujo que no me podía dar), y fui con Nesma a hacer la denuncia a la policía. Buena lección para  mí, que estaba convencida de que no había criminalidad en Egipto. Buena lección, y en doble sentido: horas más tarde, ya en la casa de Nesma, me llama por teléfono un hombre hablando árabe, y me dice en inglés “encontré tu cartera, tengo tus cosas”. Tenía tantas preguntas en mi cabeza en ese momento que me quedé inmóvil y no supe qué responderle. Resulta que el hombre se había tomado el trabajo de buscar entre mis cosas, el paquete de la tarjeta SIM que había apenas comprado para mi celular. De ahí obtuvo mi número de teléfono, y me llamó para devolverme todo. TODO. Excepto el dinero que llevaba, que seguramente se quedó el jovencito que se la llevó. Eran las dos de la madrugada, y un amigo se ofreció a buscarla directamente en la casa de éste señor, que no pidió absolutamente nada a cambio. Valga la lección, valga como botón de muestra de una sociedad que, como en toda ciudad grande y pobre, no carece de delincuencia, pero que redunda en gestos de honestidad y solidaridad. Y de nuevo, estoy feliz de estar en El Cairo.

Día 4: Nesma ríe cada vez que me ve guardar el pijama bajo la almohada después de dormir. Intenté explicarle porqué lo hacemos, pero ella lo encuentra simplemente irrisorio. Hasta en esos ínfimos detalles somos distintas, en la forma en que hacemos cada cosa, y es justamente a través de esos detalles que veo las suposiciones más incuestionables del “sentido común” caer como un castillo de naipes. En los rituales de mesa, en las costumbres de higiene, en el contacto físico, en los saludos entre hombres y mujeres, la cuestión cultural se hace visible y hasta palpable. Somos el producto de nuestra cultura.
Mientras seguimos visitando casas, me llama poderosamente la atención un detalle: extrañamente todas tienen dos salas de estar, con dos juegos diferentes de living. Algunos parecen dignos de sultanes, con mucho dorado, rococó y parafernalia.  Y es la parte más cuidada de la casa: la más limpia, y la más decorada. Nos preguntamos para qué necesitarán de 8 o 10 grandes sillones, y se me ocurre que tiene algo que ver con las costumbres de socialización: mientras el hombre disfruta de su tiempo libre sentado en un café fumando shisha, su mujer se queda en casa, su reino absoluto, en el cual recibe a sus amigas para conversar y comer dulces.

Día 5: Anoche Momma preparó una cena de reyes, con pescado frito, camarones fritos, verduras, arroz con picantes, pan y Tahina, una de mis comidas preferidas egipcias. No importa cuánto coma, ella insiste en que no es suficiente, que tengo que comer más. No para de reír desde que le dije cuánto peso, a veces lo recuerda de la nada y repite en voz alta “hamsin kilo”, soltando una carcajada.
Parece que ésta vez tantas especias y el agua de la canilla me hicieron mal, y tal como en el verano, me despierto con una fuerte intoxicación. Prácticamente no puedo moverme, y decidimos con Nesma ir al médico, que me receta una serie interminable de medicamentos para el estómago. Así es como extiendo mi estadía con esta familia tan hermosa, que no para de tratarme como a una hija más. Momma sigue preparando platos y dulces que me quiere hacer probar, y yo contengo mis lágrimas por la impotencia de no poder probarlos y devolverle al menos con un poquito de gratitud todo el amor que me está dando.

Y es así El Cairo. Pega fuerte en el estómago, pega en sus imágenes punzantes y en la mirada de aquellos hombres cuyos ojos hablan por sí solos. Es como una fuerza centrípeta que atrae con fuerza y absorbe tanta energía que a veces consume. Lleva su tiempo adaptarse, no es fácil abstraerse de su ritmo lánguido y a la vez delirante. Son muchos los estímulos e infinitas las cosas para aprender. Y otra vez, estoy feliz de asumir el desafío.

miércoles, 5 de diciembre de 2012

El Che, vivo en el mundo musulmán


Me pasó demasiadas veces en el viaje como para guardarlo en el cajón de las anécdotas. Y yo no creo en las casualidades.

Caminaba por Estambul una noche de regreso al hostel, y paré a probar uno de los tentadores Baklawa que vendía un viejito curioso entre la basílica de Santa Sofîa y la mezquita Azul, dos íconos que resumen a la perfección la simbología y el significado que dió la historia a Estambul. El hombre, no bien me preguntó de dónde era, dijo con un salto de exclamación: "Córdoba, la tierra natal del Che, Alta Gracia!". Cuál fue mi sorpresa escuchar a este hombre turco, que no hablaba una palabra de español, saber tantos datos sobre el Che Guevara. Cada vez que viajo, me encuentro una y otra vez con los mismos sinónimos de "Argentina": Maradona, Messi, o -en Italia- la top model Belén Rodríguez. Y Cameron -así se llamaba este señor de barba blanca y pocos dientes-, que continuaba hablando del Che ante mi boca abierta, sacó un encendedor rojo de su bolsillo con la figura del Che dibujada y me repetía "Hasta la victoria... siempre!" cada vez que pasaba por ahí, todos los días.

Pocas horas antes, al llegar al hostel y dejar mi valija, había notado algo particular en el chico que atendía: tenía un parecido increíble con el Che. Tenía las cejas tupidas, los ojos alargados escondiéndose por debajo de ellas, y hasta usaba la misma gorra retratada en aquella mítica foto. Así fue que al volver esa noche, quizá sugestionada por lo sucedido con el hombre de los Baklawa, hice un comentario acerca de su parecido con el Che. Con una sonrisa de feliz cumpleaños grande como una casa, me comentó que era un gran admirador del Che, que había estado en Argentina (hasta en Alta Gracia) y en toda Latinoamérica siguiendo su ruta. Varias veces. Se encargó también de aclararme que no es turco sino Kurdo, una nación sin estado desperdigada entre Turquía, Irak y Siria.

Días más tarde, paseando por El Cairo, despuntó su ícono rojo y negro entre  entre los libros que vendían en la plaza Tahrir; y de nuevo en Alejandría, sentada en la playa, veo pasar un mozo con una remera blanca que dibuja su figura en blanco y negro. "¡Mirá! -me dice Amr- Shi Yibbara", su nombre graciosamente alterado por las bellas consonantes árabes. Nos pasamos un rato riendo e intentando lograr la pronunciación. ¿Tiene que ver su filosofía socialista con la primavera árabe? Probablemente no, como lo afirma este interesante artículo de Fernando Casares. Pero es reconfortante pensar que, mientras en Latinoamérica parece sólo ocupar un lugar en el rincón donde reina la nostalgia, el Che Guevara cobra vida en otras latitudes, recorre las calles de Beirut y de El Cairo, habla árabe, e inspira a miles de jóvenes revolucionarios como símbolo de liberación, de resistencia, de independencia y de primavera revolucionaria.

lunes, 27 de agosto de 2012

Cairo: La primavera árabe no pasó

Quinto día en El Cairo. Hoy encontré un departamento y, después del shock, del miedo y de la incertidumbre, puedo decir que me quiero quedar por un tiempo, como lo había planeado. Empiezo a habituarme a ser la única mujer que camina por la calle sin velo, a tomar el metro en un vagón separado de los hombres, a soportar el calor desértico bajo pantalones largos y chales en el hombro; empiezo a acostumbrarme a las moscas a la hora del almuerzo, a los restos de fruta y comida desperdigados por la calle, a las bocinas, a las miradas inquietantes, al olor ácido de los puestos de falafel, a los escombros y la basura desparramados como vestigios de un terremoto. Empiezo, también, a abrir los ojos a las cosas bellas del Cairo, especialmente a su gente. Pero la llegada fue bastante dura. Me recuerda a las palabras de mi amigo trotamundos Nico, cuando volvió de la India: "Llegar fue como una bofetada. Es una realidad que tenés que ver, que oler, que sentir y que tocar; te ataca todos los sentidos".



La realidad del Cairo es violenta. No sólo por su ritmo estridente y caótico, no sólo por el impacto de su pobreza, sino sobretodo, porque la primavera árabe no es cosa del pasado. La "revolución" (como la llaman loe egipcios) dejó sus marcas especialmente en los festejos de Eid, la celebración religiosa más importante del mundo musulmán.  Durante toda la semana, las calles del Cairo desbordaron de gente que llegó desde todos los rincones del país para festejar con música, bocinas y vuvuzuelas, el fin del ayuno. Por las calles, había tanta gente se hacía difícil caminar, y los negocios y puestos callejeros de comida, ropa y todo juguete posible a la imaginación mantenían su frenética actividad hasta las 3 de la madrugada.

Hace unos días caminábamos con un amigo por la ribera del Nilo a la noche, y al llegar al puente nos sorprendió una masa de gente agrupada violentamente en la esquina. Eran todos hombres, que corrían para un lado, y después para el otro, como si estuvieran siguiendo el vaivén de alguien que está protagonizando una riña. Me pareció ver un chico con un arma, entonces me escondí en un ángulo del puente, mientras mi amigo me envolvía con un abrazo. Rápidamente se dispersaron todos, y nos fuimos corriendo por una calle perpendicular. Ahí fue cuando entendí que no puedo caminar sola de noche por la ciudad. No se trata de criminalidad; la religión tiene un peso cultural tan fuerte que prácticamente no hay asaltos o robos en la calle, pero el clima social aún está caldeado por la revolución.

Cuentan que en sus últimos días de mandato durante la revolución, el ex presidente Mubarak abrió las cárceles y dejó salir a todos los presos, para deslegitimar la revolución y culpar a los manifestantes de los enfrentamientos. Desde entonces, la presencia de policías en las calles del centro es casi nula, y esto genera una sensación de impunidad en la gente, que transforma estaciones de colectivo en gigantes mercados a cielo abierto, y desafía a los gritos cualquier orden o reprimenda policial. Si bien hay un gobierno democráticamente electo, el sentimiento popular percibe la situación como una especie de anarquía aún irresuelta.

De todas maneras, la situación se apaciguó mucho con el fin de las fiestas. Empiezo a conocer también los barrios, su idiosincracia, la hospitalidad de su gente y el ritmo tranquilo y apacible con el que soportan este calor desértico, a pesar de la crisis hídrica y política. Como dice Andrew Humphreys de la National Geographic, se hace palpable en la gente esa sensación de "estamos unidos en la lucha diaria".











lunes, 20 de agosto de 2012

Primer día en el Cairo: Un shock, un desafío

Tierra. Mucha tierra, por todos lados. Y bocinas, las calles del Cairo son un enredo laberíntico de autos y peatones sólo guiados por un código implícito de orquestas y señas que va configurando una melodía frenética e imparable. "Cruzar la calle se parece a jugar al tetris", me decía ayer una española que vive acá desde hace cuatro meses. Lo que pasa es que estamos en Eid, la fiesta religiosa que celebra el fin del ayuno que durante todo el mes de Ramadán practican los musulmanes.


Llegué justamente la noche del festejo; la noche en la que se quebró el ayuno y terminó Ramadán. Fue realmente un shock, las calles estaban repletas de gente corriendo, de parrillas humeantes, de música estridente saliendo por parlantes colocados espontáneamente en los postes, de olores a comida, de vendedores ambulantes aplaudiendo a la nada en el medio de la calle. Y sobretodo, repleta de hombres. Hombres que observan de un modo inquietante y lacerador. Nunca me sentí observada en ese modo. Tengo la desventaja de ser rubia (que acá es fuera de lo común) y una incurable costumbre de mirar a la gente a los ojos. Pero en ese momento, recordé un consejo muy importante que me había dado mi profesora de árabe en Italia: nunca mirar a los ojos a un hombre árabe, porque culturalmente, es comprendido como una invitación o provocación. En la calle prácticamente no hay mujeres caminando solas; o están con sus hijos, con su pareja, o con amigas. Me pregunto cómo hacen para llevar el velo (hiyab) y las mangas largas con este calor desértico.


Ayer al atardecer por primera vez escuché el Eden, la llamada a la plegaria desde las mezquitas que se repite cinco veces al día. Estaba esperando escucharla. Estaba esperando conocer esa melodía que en Marruecos se me hizo parecida al zumbido de una abeja y en Estambul a una dulce canción. Conocer El Cairo sin aún escuchar su Eden era para mí como conocer una persona sin poder escuchar su voz.

Desde la terraza, la ciudad emerge desde una nube de polvo y smog. Los edificios tienen ese color marrón de la tierra y del desierto, parecen bloques de cemento irregulares y derruidos que, algunas veces, evocan imágenes de bombardeo. El palacio de Gobierno, de un color verde militar, muestra aún como cicatrices de la Primavera Árabe las ventanas y los muros incendiados en enero de 2011, cuando los egipcios se alzaron y acabaron en 13 días con los 30 años de gobierno de Hosni Mubarak

"Piano piano si va lontano", me decía mi mamá cuando era chica. Y de a poquito creo que le voy perdiendo el miedo y tomando el gusto. Es algo muy diferente, pero ese es justamente el desafío que estaba esperando.  Nunca se va a poder entender una cultura si no se la conoce con paciencia, si no se la respeta y se la espera,  si no se la observa con la parsimonia de quien espera algo más que una foto de postal.

Me quedo con una frase que me dijo una pareja egipcia maravillosa que conocí en el avión: "Nosotros no estamos esperando una evolución política; estamos esperando una evolución religiosa".

LinkWithin

Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...

Viajantes del mundo