Día 1: Me despierto a la madrugada con el Edén (la llamada a la plegaria), que en esta
zona de la ciudad no es tan sugestivo como en otras zonas de El Cairo. Se
parece más bien a un grito desentonado de angustia, una especie de eco
convaleciente que replica el lamento de una nación que no se deja sojuzgar. Me
levanto tarde, con fuerte dolor de cabeza y aturdida. Me hago una y otra vez la
misma pregunta, pregunta que no me hice durante todos aquellos meses en los que
preparé este viaje pero que se despertó pocos minutos antes de subir al avión:
¿Qué estoy haciendo con mi vida? He dejado atrás casa, trabajo, una familia de
amigos de oro, y una ciudad que me adoptó como a una hija. Todo para empezar de
nuevo. Es una sensación de inmensa libertad, pero también un precipicio que da
miedo.
Voy a la
cocina y la mamá de Nesma, que prepara el almuerzo vestida con su largo
camisón, me dice con toda la naturalidad del mundo: “llamame Moma”. Y ya está.
Es suficiente para hacerme sentir en casa y empezar el día con una sonrisa. Es
una ternura de mujer, de sonrisa enorme y casi tan bajita como
yo, que intercambia su inglés desgastado con mi árabe incipiente, y no paramos
de reír. Tiene una carcajada muy contagiosa, y yo no paro de abrazarla.
Día 2: Ayer empecé a buscar departamento con la ayuda
de Nesma, que me acompaña desde 6 de Octubre (una ciudad anexa a la capital) hasta
El Cairo para hablar con los propietarios. No me dejan sola en su
casa, si no es Nesma me acompaña siempre su hermano, lo cual es un poco extraño
para una persona que está acostumbrada a moverse independientemente por donde
sea. Pero volver a El Cairo después de cinco meses fue de nuevo un shock y, en
principio, la compañía reconforta. No es que aquí la mujer esté en una
condición inferior, sino que la familia –así como el hombre- la cuida y la
protege en su fragilidad y delicadeza (hay una especie de desconfianza en el
género masculino en general, como si fuera un peligro para una mujer joven
soltera, pero no me quiero adelantar a sacar conclusiones todavía).
Mientras
viajamos con Nesma en el microbús hacia el Cairo, a través de una larga
autopista rodeada por momentos de meseta y por momentos de palmeras, una imagen
me sorprende y para mi pulso por un instante. Hacia la derecha, del otro lado
de la ventanilla, se extiende un campo verde, un campo muy diferente del campo
argentino, de pastizales altos y frondosos escindidos por zanjas punzantes, en
los que resalta cada tanto el turbante colorido de alguna campesina que recoge
los cultivos a mano. Por detrás, a lo
lejos, delineadas por un halo brillante de polvo desértico, estóicas,
imponentes; las pirámides. Con la boca literalmente abierta, empiezo a
señalarlas casi con susto a Nesma, mientras un hombre de galabiya y turbante blanco sentado junto a la ventana, me mira
riendo. Son esas imágenes de las que uno no se olvida.
Día 3: Sigo buscando departamento, y decidimos
encontrarnos en un café con un conocido alemán y una italiana que viajó conmigo
en el avión para unir esfuerzos y encontrar casa juntos. Nesma, con sus dotes
impecables de negociante árabe, nos ayuda a hablar con los propietarios, ya que
a los extranjeros nos cobran más por los departamentos. También nos ayuda a
negociar que el departamento sea mixto, ya que en un país musulmán como Egipto,
no se concibe –ni se permite- que una mujer soltera viva con hombres excepto su
marido, y viceversa.
Mientras
estamos sentados en el café, distraídos con nuestros celulares y la computadora,
desaparece de repente mi cartera, con todo dentro. Si mi vida entera está
dentro de mi valija, pues bien, mi entero patrimonio estaba en esa cartera:
pasaportes, documentos, tarjetas, y demás papeles que mi corta inteligencia me
impidió guardar en otro lado. Por alguna razón, no entré en pánico (quizá
porque era un lujo que no me podía dar), y fui con Nesma a hacer la denuncia a
la policía. Buena lección para mí, que
estaba convencida de que no había criminalidad en Egipto. Buena lección, y en
doble sentido: horas más tarde, ya en la casa de Nesma, me llama por teléfono
un hombre hablando árabe, y me dice en inglés “encontré tu cartera, tengo tus
cosas”. Tenía tantas preguntas en mi cabeza en ese momento que me quedé inmóvil
y no supe qué responderle. Resulta que el hombre se había tomado el trabajo de
buscar entre mis cosas, el paquete de la tarjeta SIM que había apenas comprado
para mi celular. De ahí obtuvo mi número de teléfono, y me llamó para
devolverme todo. TODO. Excepto el dinero que llevaba, que seguramente se quedó
el jovencito que se la llevó. Eran las dos de la madrugada, y un amigo se
ofreció a buscarla directamente en la casa de éste señor, que no pidió
absolutamente nada a cambio. Valga la lección, valga como botón de muestra de
una sociedad que, como en toda ciudad grande y pobre, no carece de
delincuencia, pero que redunda en gestos de honestidad y solidaridad. Y de
nuevo, estoy feliz de estar en El Cairo.
Día 4: Nesma ríe cada vez que me ve guardar el pijama
bajo la almohada después de dormir. Intenté explicarle porqué lo hacemos, pero ella
lo encuentra simplemente irrisorio. Hasta en esos ínfimos detalles somos
distintas, en la forma en que hacemos cada cosa, y es justamente a través de esos
detalles que veo las suposiciones más incuestionables del “sentido común” caer
como un castillo de naipes. En los rituales de mesa, en las costumbres de
higiene, en el contacto físico, en los saludos entre hombres y mujeres, la
cuestión cultural se hace visible y hasta palpable. Somos el producto de
nuestra cultura.
Mientras
seguimos visitando casas, me llama poderosamente la atención un detalle:
extrañamente todas tienen dos salas de estar, con dos juegos diferentes de
living. Algunos parecen dignos de sultanes, con mucho dorado, rococó y
parafernalia. Y es la parte más cuidada
de la casa: la más limpia, y la más decorada. Nos preguntamos para qué
necesitarán de 8 o 10 grandes sillones, y se me ocurre que tiene algo que ver
con las costumbres de socialización: mientras el hombre disfruta de su tiempo
libre sentado en un café fumando shisha,
su mujer se queda en casa, su reino absoluto, en el cual recibe a sus amigas
para conversar y comer dulces.
Día 5: Anoche Momma preparó una cena de reyes, con
pescado frito, camarones fritos, verduras, arroz con picantes, pan y Tahina,
una de mis comidas preferidas egipcias. No importa cuánto coma, ella insiste en
que no es suficiente, que tengo que comer más. No para de reír desde que le
dije cuánto peso, a veces lo recuerda de la nada y repite en voz alta “hamsin
kilo”, soltando una carcajada.
Parece que
ésta vez tantas especias y el agua de la canilla me hicieron mal, y tal como en
el verano, me despierto con una fuerte intoxicación. Prácticamente no puedo
moverme, y decidimos con Nesma ir al médico, que me receta una serie
interminable de medicamentos para el estómago. Así es como extiendo mi estadía
con esta familia tan hermosa, que no para de tratarme como a una hija más.
Momma sigue preparando platos y dulces que me quiere hacer probar, y yo
contengo mis lágrimas por la impotencia de no poder probarlos y devolverle al
menos con un poquito de gratitud todo el amor que me está dando.
Y es así El Cairo. Pega fuerte en el estómago, pega en sus imágenes punzantes y en la mirada de aquellos hombres cuyos ojos hablan por sí solos. Es como una fuerza centrípeta que atrae con fuerza y absorbe tanta energía que a veces consume. Lleva su tiempo adaptarse, no es fácil abstraerse de su ritmo lánguido y a la vez delirante. Son muchos los estímulos e infinitas las cosas para aprender. Y otra vez, estoy feliz de asumir el desafío.
2 comentarios:
En Vietnam aunque no existe desconfianza hacia el genero masculino, también se dedican a sobre proteger. Viene relacionado, tb con el machismo y con el hecho de que aqui todo el mundo vive en familias extensas por lo que nunca salen de casa, al finj y al cabo, sin tener que decir a dnd van. Y a mi me tienen agobiadiasimaaaa
Me encanta lo que dices de dejar cosas atrás. Es lo peor de viajar,que pena no poder compaginarlo todo. Yo echo tanto de menos a los míos!!!!!!
Sobre los sofas, en Marruecos yo siento que es para alojar a tanta gente como es posible. En las casas de mis amigos de repente de presentaban primos y tios de visitas y se quedaban alli hasta dos semanas. Algunas veces ni avisaban con antelacion.
Que bien el señor que te devolvio las cosas.
Por cierto, que tal tu piso????
http://unviajedemilesdekmempiezaconunpequenopaso.wordpress.com/2012/05/30/mi-sincero-homenaje-a-las-mantas-y-salones-marroquies/
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